Generaciòn Ñ
Generación ñ
Por Mario ESaúl Mireles
Su nombre era Roberto Lugo Hernández y murió de un balazo durante un “operativo” por parte de las autoridades migratorias. De acuerdo a reportes del periódico La Jornada, hubo veinte detenidos y varios heridos. Lo peor del caso es que Roberto no era indocumentado, las autoridades migratorias lo “confundieron” con un inmigrante ilegal porque en esa parte del país, pues, la mayoría de las personas son morenas, bajitas, y parecen de “otra parte”. Los agentes migratorios fueron agredidos por los vecinos, amigos, y demás personas de ese barrio que están hartos, no sólo de las “confusiones” endémicas de esas partes, sino también de que a los que sí son ilegales se les trate peor que criminales. Los derechos básicos de estas personas no existen ante la prepotencia y soberbia que ostentan los agentes migratorios quienes se divierten golpeando, violando, robando, y matando. Esto no sucedió en un estado fronterizo entre Estados Unidos y México, es más, ni siquiera ocurrió en Estados Unidos. Los hechos se dieron en el barrio La Concepción en Tultitlàn, México. A Roberto lo “confundieron” con uno de los millones de inmigrante centroamericanos que han atravesado la republica mexicana con el afán de llegar a tierras estadounidenses. Aparte de la violencia que se desató en ese barrio no se vieron movilizaciones masivas ni marchas exigiendo justicia por la muerte de Roberto en ninguna parte del país. Estas personas, los indocumentados centro y sudamericanos, en México, simplemente no existen.
En momentos como éstos, tan históricamente volátiles, hay quienes se regodean espetando arengas con el sincero (y no tan sincero) afán de contribuir o ayudar a la causa de millones de inmigrantes en los Estados Unidos. Sin embargo, este también debe ser momento de introspección personal, nacional, e histórica. Yo personalmente estoy a favor de no criminalizar a los millones de inmigrantes indocumentados de todas nacionalidades que residen en el país. Sin embargo, la legalización de todo indocumentado no será posible; las deportaciones masivas tampoco lo serán. La realidad es que al problema se le aplicará una anestesia local, un parchecito y listo, problema resuelto…bueno, más o menos.
Las exigencias de las comunidades inmigrantes son válidas pero el problema es que se nos olvida que al gobierno al que le debemos de exigir mejores condiciones y oportunidades es también al de nuestros países de procedencia. No podemos simplemente olvidarnos de nuestra patria natal simplemente por haber cruzado la frontera, eso no se vale. Tampoco se vale la apatía cívica hacia los asuntos políticos de estos mismos países. Concuerdo con la idea de que este es un país de inmigrantes y que sin duda todos hemos aportado con nuestro esfuerzo, trabajo, valentía y hasta nuestras vidas pero no podemos despreciar (y muchos lo hacen) nuestros países natales simplemente porque las cosas “no mejoran” o “no cambian”. Igualmente inaceptable es el romanticismo pueril del que muchos son víctimas en este país; allí se ven hordas de jóvenes con banderas mexicanas en sus carros, tatuándose calendarios aztecas, aprendiendo náhuatl, y demás fetichismos culturales y pseudo-nacionalistas. Aclaro: lo que cada quien haga con su tiempo y su cuerpo es su asunto, pero a mí que no me vengan con ese cuento de que están orgullosos de sus “raíces” y de su “herencia”. Para demostrar nuestro orgullo no hacen falta banderas, ni tatuajes, ni aprender una lengua indígena que no se pondrá en uso y que al fin y al cabo es como no aprenderla. Demostrar orgullo es practicar la autocrítica y comprender que no somos ni criminales, ni víctimas indefensas de la historia.
Por Mario ESaúl Mireles
Su nombre era Roberto Lugo Hernández y murió de un balazo durante un “operativo” por parte de las autoridades migratorias. De acuerdo a reportes del periódico La Jornada, hubo veinte detenidos y varios heridos. Lo peor del caso es que Roberto no era indocumentado, las autoridades migratorias lo “confundieron” con un inmigrante ilegal porque en esa parte del país, pues, la mayoría de las personas son morenas, bajitas, y parecen de “otra parte”. Los agentes migratorios fueron agredidos por los vecinos, amigos, y demás personas de ese barrio que están hartos, no sólo de las “confusiones” endémicas de esas partes, sino también de que a los que sí son ilegales se les trate peor que criminales. Los derechos básicos de estas personas no existen ante la prepotencia y soberbia que ostentan los agentes migratorios quienes se divierten golpeando, violando, robando, y matando. Esto no sucedió en un estado fronterizo entre Estados Unidos y México, es más, ni siquiera ocurrió en Estados Unidos. Los hechos se dieron en el barrio La Concepción en Tultitlàn, México. A Roberto lo “confundieron” con uno de los millones de inmigrante centroamericanos que han atravesado la republica mexicana con el afán de llegar a tierras estadounidenses. Aparte de la violencia que se desató en ese barrio no se vieron movilizaciones masivas ni marchas exigiendo justicia por la muerte de Roberto en ninguna parte del país. Estas personas, los indocumentados centro y sudamericanos, en México, simplemente no existen.
En momentos como éstos, tan históricamente volátiles, hay quienes se regodean espetando arengas con el sincero (y no tan sincero) afán de contribuir o ayudar a la causa de millones de inmigrantes en los Estados Unidos. Sin embargo, este también debe ser momento de introspección personal, nacional, e histórica. Yo personalmente estoy a favor de no criminalizar a los millones de inmigrantes indocumentados de todas nacionalidades que residen en el país. Sin embargo, la legalización de todo indocumentado no será posible; las deportaciones masivas tampoco lo serán. La realidad es que al problema se le aplicará una anestesia local, un parchecito y listo, problema resuelto…bueno, más o menos.
Las exigencias de las comunidades inmigrantes son válidas pero el problema es que se nos olvida que al gobierno al que le debemos de exigir mejores condiciones y oportunidades es también al de nuestros países de procedencia. No podemos simplemente olvidarnos de nuestra patria natal simplemente por haber cruzado la frontera, eso no se vale. Tampoco se vale la apatía cívica hacia los asuntos políticos de estos mismos países. Concuerdo con la idea de que este es un país de inmigrantes y que sin duda todos hemos aportado con nuestro esfuerzo, trabajo, valentía y hasta nuestras vidas pero no podemos despreciar (y muchos lo hacen) nuestros países natales simplemente porque las cosas “no mejoran” o “no cambian”. Igualmente inaceptable es el romanticismo pueril del que muchos son víctimas en este país; allí se ven hordas de jóvenes con banderas mexicanas en sus carros, tatuándose calendarios aztecas, aprendiendo náhuatl, y demás fetichismos culturales y pseudo-nacionalistas. Aclaro: lo que cada quien haga con su tiempo y su cuerpo es su asunto, pero a mí que no me vengan con ese cuento de que están orgullosos de sus “raíces” y de su “herencia”. Para demostrar nuestro orgullo no hacen falta banderas, ni tatuajes, ni aprender una lengua indígena que no se pondrá en uso y que al fin y al cabo es como no aprenderla. Demostrar orgullo es practicar la autocrítica y comprender que no somos ni criminales, ni víctimas indefensas de la historia.
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